No importaba la disciplina, pero era indispensable que el maestro fuera del país origen de la disciplina y que no pusiera limitaciones por edad o sexo.
Busqué mucho por internet, pregunté a amigos y conocidos y no encontraba lo que quería, hasta que un conocido me contó que en Majadahonda había un maestro chino que enseñaba Kung Fu y que tenía una página web; para mí era muy lejos pero me picó la curiosidad.
Entré en la página de la Asociación Española de Songshan Shaolin Kung Fu y me enteré que pronto el mismo maestro enseñaría en el Centro Cultural Chino que se abriría muy cerca de mi domicilio.
La idea que tenía del Kung Fu eran las películas de Bruce Lee, que eran muy famosas cuando era niña, o la serie de David Carradine, o las pelis de mi favorito, Jackie Chan. Para mí todos tenían en común su habilidad para pelear. Tenían rapidez para evitar puños o patadas, gritaban muy fuerte, daban grandes saltos en el aire y les caracterizaba una gran flexibilidad en todos sus movimientos.
El día de la presentación estaba muy intrigada y no sabía lo que iba a suceder. Había mucha gente, que había ido a ver la exhibición y me sorprendió la cantidad de estudiantes vestidos de naranja y de todas las edades, que llenaban toda la sala, aunque vi pocas chicas…
El Maestro estaba en una esquina, pequeño, con la cabeza rapada, la cara muy seria y de edad indefinida. Los estudiantes se pusieron de pie con las piernas abiertas y las manos juntas frente al pecho respondiendo a una orden suya. Formaron filas y comenzaron los ejercicios de calentamiento siguiendo las órdenes que el Maestro impartía en chino. A los movimientos de calentamiento los acompañaban expresiones en chino que pocos de los allí presentes entendían; después de media hora sudaban a mares.
Finalizado el calentamiento los alumnos iniciaron una serie de movimientos como siguiendo una coreografía. Daban saltos en aire, puñetazos, patadas… yo miraba sus caras y adivinaba que esos movimientos que parecían fáciles exigían toda su concentración y toda su fuerza.
No vi luchas, ni escenas de películas, como yo esperaba, pero no me decepcionó. Me di cuenta que había encontrado el Maestro de artes marciales que buscaba.
Después de algunos meses de practicar Kung Fu, cada día disfruto más con el entrenamiento, de las enseñanzas de nuestro maestro Shi Miaozhi y de sus alumnos más adelantados.
He aprendido que el Kung Fu, además de ser un arte marcial de defensa personal, ayuda a controlar la mente y el espíritu, da resistencia, energía y es un estímulo para mejorar como persona. Sus efectos se notan en el cuerpo, en la mente y en el equilibrio en general.
Ahora confieso sin reparo que practico Kung Fu, ya no me preocupa lo que puedan pensar debido a mi edad. Practicando Kung Fu me siento más equilibrada y tolerante.
Aunque mi progreso no sea tan rápido como el de mis compañeros más jóvenes, sé que al final conseguiré lo que pretendo: mejorar, en todos los sentidos, como persona, y disfrutar con mi Maestro y compañeros.
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