Aquel que obtiene una victoria sobre otro hombre
es fuerte, pero quien obtiene una victoria sobre sí
mismo es poderoso.
Lao-Tsé

A veces me pregunto si podría emprender otros caminos. Supongo que
desde el punto de vista más objetivo estoy dotado de todas las
herramientas humanas necesarias para explorar diversas materias y
estilos de vida. Sin embargo, reconozco en mi interior una pulsación
constante que me sujeta a esta forma de estar en el mundo llamada
gongfu.

Sabemos que las artes marciales son sistemas de lucha que consisten
en la ejecución de técnicas codificadas a través de la práctica y la
tradición con el objetivo de defenderse. Pero el artista marcial es
aquel individuo que se ha sumergido en los ríos de su propia
experiencia. Durante el trayecto ha aprendido a asimilar lo útil y a
desprenderse de lo estéril y, conociéndose a sí mismo, ha podido
incorporar aquello que le es esencialmente propio. Esta libertad
creadora se alcanza mediante el gongfu. Quizá deberíamos recordar que el
significado de esta palabra se asocia a cualquier estudio, aprendizaje o
práctica que exige paciencia, energía y tiempo. Los méritos y
habilidades alcanzados no se relacionan con la defensa personal frente a
un oponente, sino con el proceso y el esfuerzo depositado en el
auto-conocimiento para fortalecer el cuerpo y la mente. De este modo, se
perfeccionan las virtudes físicas y espirituales: la excelencia se
cosecha con esfuerzo y dedicación. Así entendemos por qué el término
gungfu (o kungfu) se usa para aludir a las artes marciales chinas, pues
la esencia de su significado primordial se aplica en el aprendizaje y en
la enseñanza de las artes marciales.
La instrucción del gongfu no es un mecanismo rígido. Ciertamente
existen estándares generalizados que procuran transmitir cierto tipo de
técnica a cualquier persona que aspire aprenderla. Aún así estos
estándares cobran sentido pleno en el proceso de adiestramiento donde se
hacen evidentes las dificultades y las destrezas del aprendiz. Cada
alumno es particular a los ojos del maestro, aunque forme parte de un
grupo numeroso y heterogéneo. Por esta razón, los patrones fijos se
desvanecen dando lugar al florecimiento de la mente de principiante. Con
esta noción, derivada del budismo zen: shosin, nos referimos a la
actitud o disposición mental que debería tenerse ante el estudio teórico
o práctico, incluso si el estudiante detenta niveles avanzados de
conocimiento: una actitud abierta, ávida y libre de prejuicios. En la
mente de un principiante hay lugar para muchas posibilidades, en la
mente de un experto hay lugar para pocas. Teniendo esto en cuenta,
podemos comprender que la expresión de un artista (marcial en nuestro
caso) se halla en el desvelamiento de su alma, es decir, en la
exhibición de su técnica y de su ser. En cada movimiento yace la música
del alma que se hace manifiesta en las secuencias de las formas
marciales. Cada artista marcial tiene la posibilidad innata de expresar
de manera individual y genuina las estructuras generales del gungfu. El
aprendiz recorre un sendero en ocasiones tortuoso. Es necesario que su
mente esté deslastrada de expectativas ilusorias y, en cambio, que
establezca conexiones con las maniobras que el cuerpo realiza.
Sabemos que en la actualidad existen muchísimos cosas que capturan
nuestra atención y adormecen la capacidad de reconocer aquellos
elementos que son prescindibles. Como resultado puentes entre la mente y
el cuerpo se obstruyen. El artista marcial, por el contrario, procura
extinguir todo lo que oscurece la realidad. Esto implica entregarse la
expansión sin fronteras de nuestra conciencia y sabiduría cuyas semillas
se hallan en el interior de cada persona. El trabajo físico que
realizamos durante el ejercicio de las artes marciales es el mismo para
todos los participantes, aprendices o avanzados. El cuerpo debe
entrenarse y someterse a exigencias que progresivamente incrementan sus
facultades. Recordemos que el cuerpo es la herramienta más preciada del
artista marcial. El ejercicio físico continuo impone la necesidad de
trasponer límites obsoletos. Las rutinas de calentamiento y estiramiento
constituyen etapas de suma importancia puesto que preparan la
estructura muscular y el sistema cardiovascular para el aprendizaje de
las formas o esquemas marciales. Es evidente que tras un período
prolongado de rigurosa actividad física, nuestros cuerpos padecen
transformaciones favorables. Algunos de estos cambios influyen
directamente en la ejecución de las técnicas y benefician la fluidez de
nuestros movimientos. Otros son perceptibles desde el punto de vista
estético vinculado con los cánones contemporáneos de belleza. El aumento
de la masa muscular y la lustrosa definición que adquieren los músculos
ejerce efectos inevitables en la percepción de la imagen corporal. Pero
estas consecuencias son apenas ganancias secundarias que no deberían
nublar nuestra visión ni distraer los intereses del verdadero artista
marcial. El exhibicionismo y su sesgo narcisista nos alejan de la vía
recta. El fortalecimiento del cuerpo está al servicio de la flexibilidad
mental. Aunque parezca contradictorio, nuestra mente se hace más laxa a
medida que nuestro cuerpo se robustece. Un adagio anónimo del gungfu
expresa esta aparente paradoja: “mientras más oscuro es el cinturón más
se aclara la mente”.
KUNGFU MADRID
Por Shi Miao Zhi